martes, 26 de febrero de 2013

Las hormonas en el alumbramiento


Las hormonas en el alumbramiento (Dr Sarah J Buckley)

Como mamíferos que somos –porque tenemos glándulas mamarias que producen leche para nuestras crías–, compartimos casi todas las características del parto con los demás mamíferos. Tenemos en común la compleja orquestación de las hormonas del parto, que se producen en las profundidades de nuestro cerebro mamífero para ayudarnos y, en último extremo, garantizar la supervivencia de nuestras crías.

En el parto, nos ayudan tres sistemas hormonales propios de los mamíferos, cada uno de los cuales desempeña un importante papel en el alumbramiento. 
La hormona oxitocina produce las contracciones uterinas del parto, y a la vez nos ayuda a poner en marcha nuestro comportamiento materno instintivo. 
Las endorfinas, los opiáceos naturales del cuerpo, producen un estado alterado de conciencia y nos ayudan a transformar el dolor.
Las hormonas adrenalina y noradrenalina (epinefrina y norepinefrina, también llamadas catecolaminas o CAs), responsables de nuestros reflejos de lucha o huida, nos proporcionan el pico de energía que necesitamos para pujar y dar a luz a nuestros bebés durante el expulsivo, o segunda fase del parto.

Durante la tercera fase del parto –el alumbramiento-, continúan las fuertes contracciones uterinas a intervalos regulares, bajo la fuerte influencia de la oxitocina. Las fibras musculares uterinas se acortan o retraen con cada contracción, reduciendo de forma gradual el tamaño del útero, lo que ayuda a que se desprenda la placenta de la pared uterina. La tercera fase se completa cuando la madre alumbra la placenta que alimentó al bebé durante la gestación.

Para la madre, el alumbramiento es el momento en que recibe la recompensa de su trabajo de parto. La Madre Naturaleza le proporciona un pico máximo de oxitocina, la hormona del amor, y de endorfinas, las hormonas del placer, que bañan tanto a la madre como al bebé. El contacto piel con piel y los primeros intentos del bebé de afianzarse al pecho aumentan los niveles de oxitocina materna, refuerzan las contracciones uterinas, que ayudarán a que se desprenda la placenta y a que el útero se contraiga. De este modo, la oxitocina actúa para prevenir la hemorragia, así como para establecer, en concierto con las demás hormonas, el estrecho vínculo que va a garantizar el cuidado y protección por parte de la madre, y la supervivencia de su hijo.

En este momento, los altos niveles de adrenalina, que han mantenido a la madre y al bebé con los ojos bien abiertos, preparados para su primer contacto, van a caer, y hace falta un ambiente muy caldeado para contrarrestar el frío –y los escalofríos– que siente la mujer cuando caen sus niveles de adrenalina. Si el entorno no está bien caldeado, o algo distrae o molesta a la madre, los niveles altos de adrenalina se van a mantener y van a contrarrestar los efectos beneficiosos de la oxitocina sobre el útero, incrementando el riesgo de hemorragia.

Asimismo, para el bebé es fundamental poder reducir su adrenalina y noradrenalina, que habían subido a un pico al nacer. Si se separa al bebé de su madre, estas hormonas no pueden verse suavizadas por el contacto con la madre.


Cabe preguntarse si la moderna epidemia de estrés –un término inventado por los investigadores a principios del siglo XX– y de enfermedades relacionadas con el estrés en nuestra cultura, podría ser una consecuencia más de estas prácticas comunes en el nacimiento. 

Quienes asistan al parto en esos momentos tienen el papel crucial de garantizar que los reflejos mamíferos de la mujer están protegidos y reforzados durante el embarazo, el parto, y después. Garantizar el contacto pausado e ininterrumpido entre madre e hijo después del nacimiento, ajustar la temperatura para reconfortar a la madre, facilitar el contacto piel con piel y la lactancia, y no llevarse al bebé por ninguna razón, son prácticas sensibles, intuitivas y seguras, y ayudan a sincronizar nuestro sistema hormonal con nuestra huella genética, de tal forma que proporcionan el máximo éxito y placer tanto a la madre como al bebé en la importante función de la crianza de los hijos.